La historia de Ema, una adolescente de 15 años oriunda de Longchamps, ha tocado una fibra profunda en la sociedad argentina. Más allá del dolor que dejó su partida, su caso nos confronta con una problemática urgente y silenciosa: la violencia digital y sus efectos devastadores en la vida de los jóvenes.
En un contexto donde las redes sociales forman parte del día a día, cada vez es más importante entender que lo que ocurre en el mundo digital tiene un impacto directo y real en la vida de las personas, especialmente en la adolescencia, una etapa tan sensible y vulnerable. En el caso de Ema, la difusión de un contenido íntimo sin su consentimiento por parte de un compañero de escuela desencadenó una serie de consecuencias emocionales difíciles de sobrellevar. Este tipo de situaciones, lamentablemente, no son aisladas.
La violencia digital puede tomar distintas formas: hostigamiento, difusión de imágenes sin consentimiento, amenazas, manipulación, entre otras. Y aunque sucede en entornos virtuales, el dolor, la vergüenza y la angustia que genera son absolutamente reales. Muchas veces, quienes sufren este tipo de violencia no saben a quién acudir, sienten miedo, culpa o vergüenza, y se enfrentan a un entorno que minimiza lo ocurrido o no sabe cómo actuar.
En medio del duelo, la madre de Ema, Laura Sánchez, decidió transformar su dolor en acción. Con mucho coraje y compromiso, comenzó a trabajar en la creación de la “Guía Ema”, una herramienta pensada para escuelas, docentes y familias. Su objetivo es claro: brindar orientación para prevenir, detectar y actuar frente a situaciones de violencia digital entre adolescentes. Se trata de un recurso valioso que invita a abrir el diálogo, a formar redes de contención y a educar desde la empatía.
Casos como el de Ema evidencian la necesidad de una mayor educación emocional y digital. Es urgente que en las escuelas se habiliten espacios seguros para hablar sobre estos temas, que se enseñe a los y las jóvenes a cuidar su intimidad, a respetar la de los demás, y a saber que no están solos ni solas si algo les ocurre. Asimismo, es fundamental que las familias estén atentas, informadas y dispuestas a acompañar sin juzgar.
La historia de Ema no debe quedar en el olvido. Debe convertirse en una oportunidad para revisar nuestras prácticas como sociedad, para preguntarnos qué mensajes estamos transmitiendo, qué valores estamos cultivando y cómo podemos actuar para proteger a las adolescencias. Porque prevenir también es amar, y educar en el respeto y la empatía puede salvar vidas.